– La Mediación

Mediación en conflictos:

hacia un bumerán armónico* 

 

Jordi Palou-Loverdos**

Conflicto, dualidad, polaridad y símbolo

 

Le Breton, entre otros, colocan la polaridad en el centro de la experiencia de la enfermedad. En la misma línea y en relación al conflicto podemos aproximarnos a la dualidad y cómo ésta es percibida, experimentada, padecida y trascendida. Poco entenderemos del conflicto si no profundizamos en esta manifestación dual. Todas las culturas hacen referencia desde tiempo inmemorial a la dualidad. Hay múltiples manifestaciones de la dualidad, sin pretensión de exhaustividad: luz y oscuridad, blanco y negro, derecha e izquierda, principio activo-dador y principio pasivo-receptor, sol y luna, fuego y agua5, rojo y azul, circularidad y cuadratura, oriente y occidente, sonido -en especial, palabra- y silencio, lleno y vacío, frío y calor, lento y rápido, dentro y fuera, arriba y abajo, pasado y futuro, macrocosmos y microcosmos, etc. Si hacemos la adecuada traducción observaremos que la mayoría de los conflictos, si no todos, pueden leerse, describirse o justificarse en términos simbólicamente semejantes.

 

El cuerpo humano nos muestra la dualidad desde el primer segundo que manifiesta vida autónoma: la inspiración y la espiración nos recuerdan permanentemente, durante toda la vida, esta dinámica dual hasta que el cuerpo deja de respirar. El cuerpo entero es una manifestación completa de la dualidad: dos ojos, dos oídos, un cerebro con dos lóbulos (uno derecho, que se corresponde con las capacidades intuitivas, perceptivas y abstractas -magnético-, y uno izquierdo, que desarrolla las capacidades analíticas, activas y la razón -eléctrico-), dos brazos, dos piernas, dos pulmones, dos riñones, etc.

 

Superando la lógica determinista binaria del paradigma ganar-perder, como forma de plantear las diferencias de forma sesgada y simplista, existen formas más amplias, más fructíferas y globales de enfocar la dualidad conflictiva (Fisher y Ury 1991, Bush y Folguer 1996  y Moore y McDonald, 2000)6.

 

En nuestra área de influencia cultural los pitagóricos defendían la teoría de que cuando el primer ser se separó de la unidad se convirtió en estado imperfecto y la dualidad se puso de manifiesto. De hecho explicaban la progresión partiendo del número 1, la unidad, surgiendo posteriormente una oposición número 2, produciéndose ulteriormente el efecto de esta oposición sobre la unidad como número 3, dando por último la vuelta a una unidad de orden u octava diferente, el número 47. En un contexto histórico y filosófico diferente, pero en una aproximación similar, la dialéctica hegeliana formulaba principios parejos sustentados en los conceptos de tesis, antítesis y síntesis. Por su parte, los herméticos señalan, en sentido semejante, en su cuarto principio, el de la polaridad: “Todo es doble, todo tiene dos polos, su par de opuestos: los semejantes y antagónicos son lo mismo; los opuestos son idénticos en naturaleza, pero diferentes en grado; los extremos se tocan; todas las verdades son semiverdades; todas las paradojas pueden reconciliarse” (texto anónimo). Como se señala, el calor y el frío, aunque opuestos, son realmente la misma cosa, consistiendo la diferencia, simplemente en diversos grados de aquella. Lo mismo ocurre con la oscuridad y la luz, la guerra y la paz8, el amor y el odio, el mal y el bien. En los papiros egipcios de Ptahhotep encontrados recientemente -de la misma antigüedad aproximadamente que el clásico chino Tao Te King – puede leerse. “toma consejo tanto junto al ignorante como junto al sabio”.

 

El Tao Te King pone de manifiesto que la quietud y la paz perfecta sólo existen en el Tao, que no se ve afectado por las alteraciones que tienen lugar en el plano de lo manifestado, en cambio en el mundo de los Diez mil seres está siempre fluctuando, no hay nada en él que sea permanente y estable; todo está sujeto al cambio, la alteración y el movimiento, y este cambio está regido por la ley de la dualidad que a nivel cósmico se expresa en el juego del yin y el yang9. Estas dos fuerzas están presentes en todos los seres. El yin se define como tiniebla física o simbólica, lo oscuro, sombrío, pasivo, negativo, y el yang como claridad natural, lo luminoso, claro, activo, positivo (Medrano 1994). Como es conocido, y explica este autor, ello es representado simbólicamente por un círculo dividido en dos mitades exactamente  iguales, una clara y otra oscura, círculo atravesado por una línea sinuosa que al mismo tiempo que marca diferencia sobre las mitades las une, ya que se funden y se entremezclan dinámicamente de tal manera que es imposible separarlas10. Para acentuar más la interconexión de ambos principios se halla presente una semilla del yin en el yang y viceversa; no hay nada que sea yin o yang en toda su pureza.

 

Numerosos autores contemporáneos del ámbito de resolución de conflictos presentan “la teoría del cambio” o “los procesos de administración de la complejidad, de la ambigüedad y del caos” como innovadora y paradigmática (Schnitman 2000)11; la literatura y filosofía oriental, y específicamente la China en los clásicos Tao Te King y Yi King o Libro de los Cambios, como es traducido habitualmente, hace milenios que estudiaron y destacaron la importancia del cambio manifestada a través de la dualidad12. El cambio, efectivamente, es lo único que no cambia. Lo que aparece como nuevo, probablemente debido a esa inercia intrínseca de cambio, es la velocidad con que el cambio se produce en nuestras sociedades contemporáneas: las personas, las situaciones, los objetos, los sistemas pasan por delante de nuestros ojos y por nuestro interior psíquico o organizativo con más rapidez que nunca, y eso conlleva dificultades de asimilación que, a su vez, son causa y efecto de cambios y conflictos.

 

El número dos simboliza el dualismo en que se apoya toda dialéctica, todo combate, todo movimiento, toda reciprocidad, todo antagonismo, primero latente, luego manifiesto (Chevalier y Gheerbrant 1986). Las raíces de las lenguas conservan este conocimiento ancestral: en griego antiguo, farmacon13 significa tanto “veneno” como “remedio”.

 

John Burton realiza una lúcida aportación en The Language of Conflict Resolution haciendo referencia a las diferencias naturales e inevitables de puntos de vista, y a la manifestación de argumentos en el marco de discusiones14 que sirven para ampliar el horizonte referencial y el conocimiento a través del diálogo. Asimismo, señala el autor, se producen disputas en relación a intereses contrastados, especialmente en relación a intereses de naturaleza material, disputas que pueden ser gestionadas a través de procesos como la negociación, la adjudicación, el arbitraje, la mediación o una combinación de las mismas sin deterioro de las relaciones15. Por último, el autor diferencia las disputas de los conflictos en sentido estricto: se trata de luchas entre fuerzas opuestas en relación con áreas donde no pueden existir soluciones de compromiso.

 

A todos los niveles, desde la familia hasta el ámbito internacional existen problemas en las relaciones sociales que afectan a emociones y necesidades  profundas16 sobre las que no puede existir ningún compromiso. Dichos conflictos deben ser resueltos17, más que arreglados o dirimidos (Burton 1996). De todas formas, hemos de seguir teniendo en cuenta que tanto percepciones o puntos de vista diversos, como discusiones, disputas y/o conflictos están inmersos -y se desarrollan- en la dualidad apuntada.

 

Uno de los aspectos más interesantes que ofrece la dualidad es la concepción neutral del conflicto: la ambivalencia del conflicto permite tanto una evolución creadora como una involución destructora: “la división es el principio de la multiplicación, tanto como el de la síntesis y la multiplicación es bipolar: aumenta o disminuye, según el signo que afecta al número” (Chevalier y Gheerbrant 1986). Como se ha destacado la dualidad, el conflicto, el antagonismo no es ni positivo ni negativo, es la oportunidad material y simbólica que se presenta para crear o destruir, para evolucionar o involucionar, resultado que, en todo caso, conformará el número “tres” (nº 3): dicha consecuencia de la dualidad, el número 3, conformará una nueva realidad unificada o manifestará la división intrínseca que permanece pendiente de reunificación18. La oposición o el conflicto puede ser una manifestación “contraria  e incompatible, o complementaria y fecunda”.

 

Una de las manifestaciones más sugerentes de la dualidad en relación al conflicto es, sin duda, la correspondiente a la horizontalidad y la verticalidad19. Ello, sin duda, está relacionado con la simetría o asimetría de poder20 generadora, en ocasiones, de conflictos, con efectos constructivos o destructivos, según los casos21. La forma de trascender esta estructura dual se halla a la vez en el centro crucial y en la periferia circular, no en su linealidad contradictoria. Horizontalidad y verticalidad no pueden permanecer inamovibles, igual que el ser humano no puede espirar indefinidamente o inspirar sin límite, si quiere que la vida siga circulando. Horizontalidad y verticalidad se convierten en estructuras dinámicas cuando residen equilibradas en el círculo22. El avance de la rueda se produce en el momento en que la verticalidad, asociada comúnmente al poder, se pone al servicio y alcanza la horizontalidad y, por su parte, la horizontalidad o base se convierte en los cimientos de la nueva verticalidad23, todo ello en una dinámica cíclica. Es un movimiento ecológico, fluido, flexible24: ello se produce con la naturalidad y humildad óntica25 del ciclo del día y de la noche o los ciclos estacionales (invierno, primavera, verano y otoño). Simbólicamente esto es válido en todas las dimensiones de la actividad humana26.

 

Comparto la visión con los autores que sostienen que el conflicto se nos ofrece básicamente como una estructura simbólica (Schnitman 2000; Sarrado y Riera 2001)27. Tanto las disputas como los conflictos en sentido estricto contienen un significado que va más allá de lo que aparenta o se manifiesta inicialmente y puede o debe ser interpretado esencialmente por sus participantes28. Así, el símbolo se convierte en punto de encuentro entre posiciones, intereses, necesidades, emociones y relación29. La lectura simbólica puede hacerse tanto a nivel individual como a nivel subsistémico, social y cultural e incluso planetario; todos los niveles están interrelacionados y están cargados de contenido significante30. En la aplicación mayoritaria  de la justicia -como estructura formal de resolución de conflictos-, interesa en mayor medida la culpabilidad, la retribución, la victoria-derrota, aplicando ciegamente la ley de la causa y efecto sin atender al significado simbólico subyacente del conflicto. De la misma forma, como señalan Bush y Folger, la preocupación mayoritaria de los operadores en mediación se centra en el acuerdo, dejando de lado la raíz simbólica del conflicto, desaprovechando las oportunidades de conciencia y transformadoras del mismo. El símbolo puede convertirse en un espacio de encuentro para las diferentes visiones y tendencias.

 

 

Mediatio, medicatio, meditatio

 

Si entendemos el conflicto como un bloqueo en el descrito plano de la dualidad o una pérdida de equilibrio de los elementos complementarios surge entonces la pregunta de cómo puede escapar la humanidad, el ser humano, de esta manifestación dual, sabiendo que no es posible destruir el elemento antagónico con el que estamos tan íntimamente relacionados que forma parte de nosotros mismos. Siendo conscientes que no podemos acabar ni con la noche ni con el día y, por tanto, ni con la guerra ni con la paz, entonces nos preguntamos cómo salimos del atolladero, cómo superamos el bloqueo, cómo trascendemos el desequilibrio.

 

Existe un camino que tiene una raíz común en el lenguaje, como convención humana, y que sirve para las tres principales manifestaciones humanas (el cuerpo-mente, las relaciones sociales y la psique o alma): cuando el cuerpo está enfermo (símbolo del antagonismo, de la lucha interna entre microentidades vitales, de la ausencia de armonía corporal) debe aplicarse medicatio31, medicación, para recuperar la unidad y el equilibrio vital; cuando estamos ante un conflicto social entre personas, agrupaciones de personas o macrosistemas sociales existe el camino de la mediatio32 “mediación” para encontrar soluciones creativas y equitativas que permitan relaciones sociales equilibradas y complementarias. Por último, cuando existe división, distorsión metafísica y ausencia de armonía en la inmaterialidad del ser, el camino a seguir es la meditatio33  “meditación” que permite trascender la dualidad y tomar contacto nuevamente con el mismo origen del ser. Medicatio, mediatio, meditatio constituyen así “vías de remedio”34: son caminos que nos permiten recuperar el centro o punto de equilibrio, ir de nuevo hacia a una unidad renovada, una armonía dinámica.

 

En El tratado de la eficacia, Jullien expone, en sus reflexiones sobre la eficacia, la efectividad o la realización de lo real, dos posibles enfoques para acceder a este re-medio o justo medio, ejemplificadas a través de dos tendencias culturales profundamente arraigadas: por una parte, la tradición europea, proveniente de las fuentes griegas, que concibe la eficacia en la construcción (de formas ideales, erigidas en modelos, que se proyectan en el mundo y que la voluntad establece como objetivo por realizar. Esta tradición es la del plan ideado de antemano y del heroísmo de la acción; según cómo se formule, es la de los medios y los fines o la de la relación entre teoría y práctica) (Jullien 1999). Así define este autor la linealidad de la construcción del modelo por parte de Occidente -válido tanto para la ciencia como para las relaciones humanas: “erigimos una forma ideal (eidos), la establecemos como objetivo (telos) y actuamos seguidamente para que pase a los hechos” (Ibid).

 

Voluntad y fuerza son dos conceptos básicos en esta tradición, en la que a pesar de la planificación racional y analítica, en la mayoría de ocasiones la realidad se afana en demostrar la distancia existente entre teoría y práctica, en boca de Clausewitz, citado por Jullien: “en la guerra, más que en todo lo demás, las cosas suceden de un modo distinto al que se había previsto, y toman de cerca un cariz diferente”, dado que la guerra es un objeto que vive y reacciona. Por su parte, como paradigma de Oriente resulta que descubrimos en lo más lejano, en China, un concepto de la eficacia que enseña a dejar que avenga el efecto: no aspirar a ello -directamente-, sino a implicarlo -como consecuencia-, es decir no a buscarlo, sino a recogerlo, a dejar que resulte. Bastaría, nos dicen los chinos de la Antigüedad, con saber sacar partido del desarrollo de la situación para dejar que esta nos “lleve”35.

 

En la tradición China se destaca como fundamental el proceso o el curso de las cosas. Es preciso descubrir la coherencia del proceso y comprenderla para así aprovechar su evolución en base al potencial mismo que la propia situación desenvuelve. Por eso, para la mentalidad china, no resulta adecuada la planificación previa de un modelo, pues si se actúa de esta forma se está desconociendo el potencial mismo que desvela la situación mientras se está desarrollando. No se quiere decir con ello que el sabio chino no estudie previamente la situación. Basta leer con detenimiento el conocido clásico de la ciencia de la estrategia36 en los conflictos El arte de la Guerra de Sun Tzu para advertir la conveniencia de estudiar la situación: “La acción militar es de importancia vital para un país; constituye la base de la vida y de la muerte, el camino de la supervivencia y de la aniquilación; por ello es absolutamente indispensable examinarla. Por lo tanto calcula sirviéndote de los cinco elementos, y utiliza estos criterios para comparar y establecer cuál es la situación. Los cinco elementos son: el camino, el clima, el terreno, el líder y la disciplina” (Tzu 2000). Obsérvese que este texto, que constituye el inicio de la obra, hace por dos veces referencia a la dualidad (vida-muerte y supervivencia-aniquilación); ésta es siempre la base del trabajo en resolución de conflictos37.

 

Este examen de la situación para el operador en resolución de conflictos es válido a todos los niveles de interacción humana; sólo cabe leer los términos de forma simbólica y hacer la adecuada “traducción”. El concepto clave, por tanto, en la estrategia china es la obtención del potencial de la situación, que puede-debe ser discernido por los participantes en el conflicto y los operadores en resolverlo. Según las imágenes utilizadas por el propio Sun Tzu: “cuando la velocidad del agua que fluye alcanza el punto en que puede mover cantos rodados, ésta es la fuerza del ímpetu. En consecuencia, los buenos guerreros buscan la efectividad en la batalla a partir de la fuerza del ímpetu y no de la fuerza de cada soldado. Hacer que los soldados luchen permitiendo que la fuerza del ímpetu haga su trabajo es como hacer rodar troncos y rocas. Los troncos y las rocas permanecen inmóviles cuando están en un lugar plano, pero ruedan en un plano inclinado; se quedan fijos cuando son cuadrados, pero giran si son redondos. Por lo tanto, cuando se conduce a los hombres a la batalla con pericia, el impulso es como rocas redondas que se precipitan montaña abajo: esta es la fuerza” (Ibid). Como se ve, se trata de un concepto de fuerza esencialmente diferente del utilizado en Occidente. Mientras Occidente se centra en la obtención de un resultado a partir de la planificación, Oriente se concentra en la obtención del potencial de la situación que se obtiene a través de la evaluación constante del proceso: como señala Jullien: a diferencia del efecto (al que va dirigida la acción en una relación de medios a fin), el efecto no se “busca” tendiendo hacia él directamente y de manera voluntaria, sino que dimana “naturalmente”  del proceso iniciado” (Jullien 1999).

 

Esta visión es esencial tanto para las partes en conflicto como para el mediador: la clave está seguramente en el grado de implicación.  Desde el momento que existe un plan que realizar o un objetivo que cumplir, que no sea abstracto, el pensamiento y la acción del mediador se ponen en movimiento en dicha dirección, debiendo aplicar en muchas ocasiones la fuerza para evitar desviaciones imprevistas, existiendo al final un alto riesgo de quedar atrapado en la polaridad de una de las partes o visiones del conflicto e, incluso, frustrado por el resultado obtenido. En cambio, si el conflicto está vivo y evoluciona, si la potencialidad reside en el proceso, resultará más fácil al mediador convertirse en un “observador no implicado” más eficaz38, en un acompañante en el proceso simbólico y conflictivo, en el que las partes podrán aprovechar la potencialidad de la situación y sus propios recursos y habilidades -u obtenerlas durante el proceso- para la creación de una nueva realidad beneficiosa o complementaria.

 

¿Qué se hace entonces con aquello que nos causa dolor, con aquella persona o grupo social que nos hiere, nos ataca o quiere destruirnos? ¿Optamos por la utilización de la fuerza para aplicar una “re-forma”39 según nuestros paradigmas, o por la lectura simbólica del conflicto, la evaluación de la situación y su potencial, el viaje a sus raíces profundas para transformar40 el conflicto? Reformatio o meta-morfosis son, nuevamente, dos visiones y dos maneras diferentes de vivir los procesos conflictivos. La forma confusa y distractiva, por una parte, o lo que hay más allá de la forma que contiene el significado, por otra, que permitirá la transmutación de la situación en una realidad realmente renovada (no lo que había con otra forma, o, “más de lo mismo”).

 

La violencia y las emociones negativas, como manifestación de la polaridad, no podrán ser nunca erradicadas de este plano existencial en el que nos encontramos, sólo pueden ser transformadas en el curso de un proceso. Este espacio, este tiempo, este proceso pueden ser de mediación, una vía remedial transformativa.

 

 

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